La obstinación del espíritu

La gran tragedia del hombre moderno es que aquello en lo que espera, no espera nada de él. Se mueve en un mundo invadido de estímulos, de sensaciones, que termina por situarlo en lo inmediato y le deja una sensación de vacío, de: ¿y ahora qué?

El hombre de hoy vive al corto plazo, y el largo plazo queda olvidado. Pero este olvido se presenta como añoranza, como vacío, como algo que necesita pero que no tiene, y «su corazón está inquieto hasta alcanzarlo» (San Agustín). Algunos autores presentan este sentimiento como angustia, otros como hastío y otros lo presentan como una obstinación del espíritu.

Aquel que desea ser él mismo se hastía de llevar una vida abocada al terreno de la necesidad. No se conforma con adaptarse a las exigencias del mercado y de las redes sociales, ni en alcanzar la barra de una calidad de vida que se convierte en cantidad. Se da cuenta de su pequeñez, es agradecido por lo recibido y por el porvenir, se esfuerza, pide ayuda, y logra situarse en el terreno de la libertad.

Para el psiquiatra Viktor Frankl en el hombre hallamos dos tipos de motivaciones. La primera es la impulsiva y la segunda la espiritual. Con el mero impulso el hombre no da razón de sí mismo, lo domina la facticidad, se comporta como un animal. Con el espíritu, en cambio, el hombre se sitúa en el mundo como un ser facultativo, y su vida nunca es “algo” -como en el caso del animal- sino siempre “la ocasión para algo” (Hebbel).

El hombre que vive movido por lo impulsivo no tiene otra meta que la adaptación. Así como un animal debe adaptarse al medio, cubrir un cúmulo de necesidades básicas, el hombre impulsivo posmoderno se convierte en un animal que, además de cubrir lo básico, vive para cubrir necesidades innecesarias. Mientras que el hombre movido por el espíritu, es un ser “que siente la angustia por llenar su vida de contenido”, que tiene como meta la realización de su propia vida.

De este modo lo auténtico en el hombre, la realización de su propia existencia, se encuentra en lo espiritual y se manifiesta en lo existencial. Cuando este proceso de personalización sucede, cuando el hombre es capaz de dar razón de sí mismo, hablamos de autenticidad. Sin embargo, hoy el hombre impulsivo olvida lo espiritual, y al olvidar su dimensión propiamente humana, reduce su existencia y la autenticidad se convierte en espontaneidad animal.

Hoy el hombre auténtico causa mucho ruido, pues recuerda lo que nadie quiere recordar. Mientras, la mayoría hace alarde de inautenticidad. Ante esto de nuevo se presenta la necesidad del hastío, del poder de obstinación del espíritu.

Gabriel Capriles

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s